jueves, 1 de mayo de 2014

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE: Louis-Ferdinand Céline.


Aunque había oído hablar ya bastante de esta novela (a Kerouac y Bukowski y Henry Miller, por ejemplo), no fui capaz de conseguir un ejemplar hasta, calculo, los veinticuatro o veinticinco años. Imposible, por su estigma (colaborar con el régimen pronazi de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial), encontrar ningún libro de Céline editado en nuestro país por aquel entonces, comienzos de los 90, y grande la frustración de no poder, pese a las fantásticas palabras que mis autores de culto le dedicaban, acceder a su obra. Hasta que, en una edición del Círculo de Lectores, al que mi madre estaba suscrita, conseguí al fin su primera y más aplaudida novela, Viaje al fin de la noche, que fue para mí una auténtica revelación. Ahí estaba Bardamu, alter ego de Céline, desafiando a la vida y al mundo, cantándole al horror de la guerra y al absurdo de estar vivos, ácido y corrosivo, sarcástico y escatólogico, con su lenguaje emotivo, esa especie de dialecto nihilista y cañí, sus frases lapidarias, su filosofía aplastante y sus aventuras y desventuras en África, Francia y Estados Unidos, buscando el camino de baldosas amarillas.

Ha habido, por supuesto, otros muchos autores y libros que me han marcado, pero ninguno, creo recordar, tanto como Céline y su Viaje al fin de la noche, la revolución que supuso en mi cabeza y mis letras, en mi forma de escribir y de entender el mundo, y a pocos debo tanto como a él.

Recientemente, más de veinte años después de haberlo leído, con Julio César Álvarez, he coordinado la antología El descrédito: Viajes narrativos en torno a Louis Ferndinand Céline (Ediciones Lupercalia, 2013), donde un puñado de autores españoles contemporáneos rendimos tributo al maestro.


Vicente Muñoz Álvarez, en El Telégrafo (Quito, Ecuador).



EL DESCRÉDITO. VIAJES NARRATIVOS EN TORNO A LOUIS-FERDINAND CÉLINE: Queda en sus manos.




Hace años, estando de visita en casa de unos amigos, hablando sobre qué andábamos leyendo —yo entonces leía muy poco, pasaba por esos años que también cuenta Meret que le pasaron: cinco o seis de ellos en mi caso sin leer más allá de una treintena de libros, si acaso— les conté que estaba leyendo algo de Gustavo Buenoporque… De repente, en cuanto me oyó, uno de los anfitriones se precipitó hacia el salón desde la cocina, creo que incluso blandiendo una sartén o similar, increpándome, cargadísimo de razón: «Pero si ese tío es un chalao, ¿no le has visto en televisión?». Y yo, la verdad, pues no. Ni la menor idea de cuáles habían sido sus crímenes, por qué era un despropósito el leer uno de sus textos, si acaso había matado a un gato o a dos o si es que le había birlado el novio a su prima (la del propio Bueno, digo). Yo había comprado el libro por lo bien que me parecía que iba a explicar su tesis, cuando lo abrí, por una página al azar, en la librería. Y ya. No acerté a contar esto ni poco más; no había clima, ya digo. Por aquella época, haciendo honor a la verdad, no solo leía poquísimo: apenas hablaba para decir gran cosa, tampoco.

El caso es que me he tenido que acordar del escándalo de aquel conocido, de sus prejuicios, su indignación, y mi por cierto muy provechosa lectura de El mito de la izquierda, [1] al volver estos días a leer la antología El descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis-Ferdinand Céline,libro en torno a nada más y nada menos que un simpatizante del régimen de Vichy —ahí es nada, mucho peor que salir en Telecinco, dónde va a parar—. Acudí a una charla que uno de los antólogos, Julio César Álvarez, y algunos de los autores — José Ángel Barrueco, Gsús Bonilla, Álex Portero, Esteban Gutiérrez Gómez, Óscar Esquivias, José M.Alejandro(Choche) y Mario Crespo— de estos viajes narrativos protagonizaron este viernes pasado en la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes. Se trató sobre Céline, infame por antonomasia, «poeta de los charcos, escritor visceral, guerrero, apasionado, furioso con la humanidad entera, artífice de algunas de las cimas narrativas de la historia de la literatura»[2], y nexo de unión de todos los que han participado con algún texto en esta suerte de homenaje crítico —«A muchas almas nobles se les hunde el mundo si ven que han de reconocer que la inmensa calidad literaria de Louis-Ferdinand Céline convivió siempre con su monstruosidad moral»[3]— y literario —«Sí, éramos trotskistas y leíamos a Céline, no pongas esa cara de baronesa ofendida y deja que te lo explique»[4]—a la figura de este «perfecto cabrón»[5].

«Estamos aquí debatiendo su obra, no su persona», dirá Mario Crespo, en una de sus intervenciones. En realidad, no fue así. Ni el viernes, ni tampoco en la antología. Es inevitable, tratándose de quien se trata, obviar quién fue, prescindir de su persona. Tampoco es necesario, seamos serios: hay que ser muy paleto —digo así porque intento ofender, va, solo un poco, que estamos hablando de Louis Ferdinand Auguste Destouches— para dejar de leer a un autor por su trayectoria[6]. ¿Qué va a pasarte si lees Viaje al fin de la noche? ¿Vas acaso a despertarte con una enorme necesidad de exterminar judíos, de violar a mujeres, apalear negros, de matar gatos? Que no se trata aquí, caray, centrémonos, de votar para que le dé una subvención el estado o Dios le perdone alguno de sus pecados a un personaje que lo mismo sí, era deleznable, qué más da, ya está muerto, qué más queremos que le pase, ¿es acaso su obra apología de qué? ¿No debería tratarse solo de leerlo y ya, solo de su obra?

Aparte, abundando en esto que digo, o he intentado decir: El descrédito, cómo ha sido concebido, es una gozada. Siquiera sea por el relato que se marca Pepe Pereza, que aparece de pronto, sin previo aviso:

-Mala noche, ¿eh?
-La peor.

O por la lectura que sobre las cartas que el buen doctor —aquí un emoticono, que estamos en internet— le escribe desde la cárcel a su mujer y que comenta Barrueco, aportando esa otra perspectiva, la de un hombre torturado, hecho absolutamente polvo, maltratado, contradictorio: «Cuando uno lee a Céline, verdadero hijo de puta que, probablemente, fuera así (tan duro, tan cruel, tan feroz, tan pesimista) porque asistió al rosario de maldades de las que es capaz el individuo y se vio involucrado en un cúmulo de situaciones que irían minando sus nervios: guerras, asesinatos hospitales, enfermos y enfermedades propias, locura y miseria…»[7]. Es decir, es una obra en torno al autor de Muerte a crédito que va más allá de la mera reseña de su obra literaria o aproximación biográfica: en El descrédito aparecen los Beats, por ejemplo; el relato de ese encuentro, del que también se habló el viernes: «Imagina que dentro de cincuenta años, cuando estemos muertos, alguien, un grupillo de escritores jóvenes e irreverentes de… qué sé yo… de España, por ejemplo, nos rinde un homenaje en una antología de varios autores que escriben con un estilo similar al nuestro»[8].

Y también escribe Miguel Baquero:

¡Ah, qué gratificante es compartir la opinión mayoritaria!
Pero si algo desprecio sobre todo (y quizás en ello el propio Céline tiene algo que ver) es el lugar común, la frase hecha, el pensamiento gratificante. Leí siendo joven (quién no) el Viaje al fin de la noche y pese a la rabia contenida en sus páginas se me hacía difícil imaginar, tenía que verlo, o que leerlo, con mis propios ojos, que quien escribió aquel episodio del recluta Bardamu vagando junto a un soldado del otro bando, de noche, por una ciudad abandonada, quien dijo aquello de que «a los generales les gustan las rosas. Es sabido», y quien concluyó con la advertencia, dirigida a todos, de que «cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón», hubiera podido producir poco después unas páginas de insólita sevicia.

Y más. Un total de 26 autores[9], a cuál más dispar, más los antólogos [10]. Un regalazo de la editorial Lupercalia. Otro más. «Eso sí, miren con cuidado hacia abajo. Queda en sus manos» [11].

.Notas al pie:

[1] Se la recomiendo aquí: su prosa tiene ese gusto a viejo profesor de bachillerato, didáctico y bonachón, que quiere darnos las herramientas necesarias para ayudarnos a pensar por nosotros mismos el día de mañana. Aparte, abre la cosa citando a una autoridad que resulta que es mujer, sin mencionarlo; con la que está cayendo, en fin, qué majo. He de decir, por otra parte, que sigo sin haberle visto en televisión. Así que no sé aún en qué pequé, digo. Y tan feliz.

[2] Jose Ángel Barrueco en su aportación a la antología No habrá tregua para los malvados.

[3] Abre así Vila-Matas la suya, la que cierra el libro.

[4] Álex Portero en No te ofendas, otro de los textos, de ficción en este caso.

[5] Así se le llamó en varias ocasiones este viernes, diría que hasta con una cierta ternura.

[6] Por esa sola razón, digo.

[7] Otra vez Barrueco.

[8] La entrega del testigo, relato del encuentro entre William Burroughs y Allan Ginsbergcon Céline el 8 de julio de 1958 en la casa de Meadon de este último.

[9] Enrique Vila-Matas, Miguel Sánchez-Ostiz, Mario Crespo, Celia Novis, José Ángel Barrueco, Óscar Esquivias, Bruno Marcos, Pepe Pereza, Isabel García Mellado, Álex Portero, Vanity Dust, Juanjo Ramírez, Patxi Irurzun, Juan Carlos Vicente, Velpister,Esteban Gutiérrez Gómez, Pablo Cerezal, Javier Esteban, Choche, Miguel Baquero,Carlos Salcedo, Odklas, Joaquín Piqueras, Adriana Bañares, Gsús Bonilla, Alfonso Xen Rabanal y Daniel Ruiz García.

[10] Julio César Álvarez y Vicente Muñoz Álvarez.

[11] Julio César Álvarez, en el prólogo.


Raquel Blanco, en Tanyible ebooks.